miércoles, 20 de mayo de 2009

Reflexiones sobre el futuro de la izquierda y América latina

Hoy no es exagerado mencionar que políticas caracterizadas por ser de izquierda no tienen rumbo. De todas formas no quedan dudas de que nos encontramos viviendo un momento bastante especial. Luego de la caída de la primera experiencia socialista del mundo, los distintos ejemplos que alentaron las luchas populares por una tierra mejor en el siglo XX han entrado en crisis.

Esto a su vez no significa que el actual “triunfo” de las empresas privadas, del imperialismo estadounidense en pos del control global, del retroceso en las conquistas sociales para las grandes mayorías de la humanidad, sean eternos o deban serlo. La lucha continúa. Las injusticias siguen, y mientras sea así, siempre habrá alguien que levante una voz de protesta. Ser de izquierda es ser parte de esa lucha, es seguir haciendo parte de los que creen y luchan por otro mundo más justo.

En la presentación del libro Ecce Comu, de Gianni Vattimo, Teresa Oñate y Zubía junto al politólogo Atilio Boron analizaron el futuro de la izquierda y América latina.
El evento se realizó el pasado 9 de mayo a las 18.30hs en la Feria de Libro.



Belén Bordón

lunes, 18 de mayo de 2009

Utilitarismo miope

Gregorio Weinberg fue un historiador argentino dedicado a la historia cultural y sobre todo a la historia general de América Latina. Escribió varios artículos sobre el papel de la educación y la ciencia.

En uno de sus textos publicado como parte de la compilación Historia social de las ciencias en América Latina, el autor investigó el papel que ocupó la ciencia como motor del progreso para las naciones de Latinoamérica.

Weinberg concluyó que el progreso en la región tuvo una forma rara: los excedentes que generó no fueron invertidos con modernos criterios económicos ni productivos, sino que se derrocharon. El proceso se tradujo en consumo caro que generó crecientes desigualdades sociales, y en inversiones que ocasionaron una nueva redistribución espacial de la producción y el empleo (por ejemplo con los ferrocarriles). Con el tiempo, fueron incorporados nuevos valores y pautas a la vida, sin advertir que, en el fondo, los países seguían siendo tradicionales.

Según el autor, la ciencia y técnica se aplicaron para mantener todo como estaba y el progreso fue uno entre otros tantos discursos políticos. Agricultores y ganaderos se beneficiaron pero no alentaron ni gastaron en investigaciones ni estudios. Simplemente no parecían estar interesados en el tema, aunque en otros terrenos presumieron de modernos.

Ciencia y progreso

Durante el periodo de las guerras de independencia surgió la necesidad de una nueva concepción de la ciencia y el progreso. La filosofía del orden fue la indicada para llevar al camino del desarrollo. En este esquema, el positivismo tuvo una influencia decisiva que se objetivó en algunos casos concretos (los técnicos denominados “científicos” en México por ejemplo).

Lo que el autor resalta es que existió un uso ideológico del saber científico para posponer las demandas sociales. Un ejemplo paradigmático es la dictadura de Porfirio Díaz, donde la aplicación de conocimiento técnico provocó la depresión de las condiciones de vida de las masas campesinas y trabajadoras, ademas de la concentración de propiedades.



En la mayoría de los países Latinoamericanos se adoptó la aplicación de la ciencia antes que la propia ciencia. El positivismo neutralizó el desarrollo del conocimiento propio. Según el autor, “se cayó en un utilitarismo miope”.

La revolución industrial coincidió con la decadencia y la fluctuación del papel de las universidades en la región. La ciencia no terminó nunca de articularse con la estructura productiva.

La aplicación de lo científico no siempre implicó desarrollo, en algunos casos sirvió para consolidar un régimen retrogrado, modernizándolo. El progreso no necesitó nada más que el beneficio de determinados sectores. No necesitó igualdad ni libertad, tampoco democracia ni educación. Tan sólo fue un conjunto de sistemas prácticos que generaron beneficio privado.

Navarro Adrián

domingo, 17 de mayo de 2009

Las apariencias engañan


Desde hace años la prensa colombiana ha denunciado casos de “falsos positivos”: situaciones en las que inocentes son asesinados al simular ser guerrilleros. Sin embargo estos escenarios empezaron a llamar la atención desde septiembre del año pasado, cuando se descubrió que cerca de 20 jóvenes que habían desaparecido a comienzos de 2008 en la provincia de Soacha, estaban sepultados cerca de la frontera con Venezuela.
El ejército aseguró que se trataba de guerrilleros abatidos en combate, pero el proceso judicial comenzó luego de que los familiares de los jóvenes aseguraran que éstos no pertenecían a un grupo armado y que desaparecieron después de que una persona les ofreciera trabajo en otro lugar del país.


Las investigaciones de la fiscalía han apuntado desde entonces a la existencia de una red dedicada a reclutar a gente de origen humilde para entregarlos a militares que los ejecutaban para ganar reconocimiento de sus superiores o premios, como días de descanso.
Es fundamental recordar que este episodio provocó la renuncia del entonces comandante del Ejército colombiano, general Mario Montoya, uno de los oficiales más cercanos al presidente Álvaro Uribe y “cerebro” del rescate de Ingrid Betancourt y tres estadounidenses, el pasado 2 de julio.



De todas formas, los casos continuaron y el último en llegar a los medios fue la ejecución de Fair Leonardo Porras Bernal, un joven analfabeto y con problemas de sicomotricidad, derivados de una meningitis que lo afectó de niño.
El joven quién vivía en Bogotá fue llevado hasta una zona de conflicto del noreste del país donde los uniformados habían decidido vestirlo de camuflado y asesinarlo, sin olvidar "adornarlo" con un arma de fuego.
Los militares: dos oficiales, un suboficial y tres soldados profesionales, miembros del Batallón Francisco de Paula Santander de la II División del Ejército, parecieron no darse cuenta que Porras era zurdo, y pusieron el arma en su mano derecha.
Según la Fiscalía de Colombia, éstos militares que se encuentran bajo investigación por ejecuciones extrajudiciales han incurrido en el delito de tráfico humano al organizarse para buscar a jóvenes que luego mataron y mostraron como guerrilleros abatidos en combate.


El senador opositor Juan Manuel Galán, que ha promovido en el Congreso varios debates sobre los falsos positivos, detalló que los casos de ejecuciones de ese tipo pueden sumar entre mil 500 y 2 mil en la última década.
Sin embargo el presidente de Colombia, Álvaro Uribe resguarda la idea de que el Estado debe defender a los militares y policías que son llevados a los tribunales para contrarrestar la acción de organizaciones no gubernamentales del exterior, que según el mandatario pagan a abogados colombianos para que hagan falsas acusaciones de violaciones de los derechos humanos en el país.

De todas formas, esta conducta está motivada por la presión que Uribe ejerce sobre su ejército para que muestre resultados positivos en la lucha antiguerrillera. Según admitió entonces el propio gobierno, los oficiales implicados se habrían aliado con bandas del narcotráfico para ejecutar los crímenes.
Un poco de historia



Belén Bordón

El costado más oscuro







Los noticieros de televisión, siendo una de las principales fuentes de información, sólo prestan atención a los cortes de rutas, generando así un enfoque limitado de la acción piquetera y, por ende, la mayoría de los televidentes limitan su opinión sobre los movimientos piqueteros a lo que ven en dichos noticieros.




Hay algunos grupos piqueteros que acaparan ­gran parte de la atención, ya sea por su fuerte poder de convocatoria o por su poder político, logrando mayor popularidad que otros, como el MIJD, la CCC, el MTD-Evita, etc. –que actúan en conjunto negociando subsidios y planes–, generalmente nombrados por sus máximos representantes (tales los casos de Luis D´Elía y Raúl Castells).

El conocimiento que la gente tiene sobre las bases y principios de éstos y los demás grupos piqueteros se ve limitado a lo que se muestra en pantalla, que generalmente consiste en noticias sobre cortes de ruta y puentes para reclamar al Gobierno la entrega de planes de asistencia social. Es por eso que socialmente se tiene una opinión negativa sobre el método utilizado para llevar a cabo los reclamos.


Si le preguntamos a cualquier persona con qué imagen asocia un reclamo piquetero, seguramente nos responderá “neumáticos quemados”, “hombres con palos” o, en un caso más extremo, “salvajes que no me dejan ir a trabajar”. Son pocos los que dirán “personas con hambre”, “excluidos del sistema que se agrupan para reclamar trabajo”, o –por qué no–, “padres y jóvenes desesperados a los que nadie escucha”.





Por otra parte, cuando se habla de influencia de los noticieros en estos grupos, la mayoría opina en que ésta es positiva para los manifestantes piqueteros, dándoles mayor poder de acción.
El manejo de los movimientos piqueteros que están realizando los medios no es para nada casual; este fenómeno es una expresión del cambio profundo del sector social en la Argentina, las condiciones socioeconómicas son la causa principal del fenómeno, y justamente los grupos económicos son quienes tienen intereses en juego, además de poder e influencia en los medios.

Con la manipulación de este tipo de noticias aseguran sus posicionamientos, aseguran que aquel que reclama por un Plan Jefas y Jefes –ya sea cortando una ruta o una sesión de senadores y diputados–, sea “un vago que no quiere trabajar”.


Les sirve este manipuleo de la información, para que la clase media se sienta “víctima” de estos “vagos” que no los dejan ir a trabajar, que son los “culpables” de todos sus contratiempos, que “ellos” son distintos de “nosotros”, y “nosotros” somos los perjudicados por “ellos”. Parece raro e insólito recordar que hace tan poco tiempo estaban unidos gritando “que se vayan todos.





La mayoría de los habitantes de la Capital Federal no conoce los reclamos de estos movimientos, no se conocen tampoco las actividades de los grupos independientes, ni siquiera sospechan que lo que se reclama en el Ministerio de Trabajo es la obtención de planes sociales, o en el Ministerio del Interior bolsones de comida para combatir el hambre de miles de personas. Menos aún sobre los emprendimientos productivos que organizan grupos autónomos para lograr una limitada economía de subsistencia.

Tampoco entienden que el “poder de acción que los medios les otorgan al darle pantalla”, les sirve para contar con el apoyo del Estado en proyectos de mayor envergadura, por ejemplo la realización de obras públicas.


No desconozco que en un fenómeno tan amplio como el de los piqueteros existan malintencionados, que procuran movilizar, hacer política y buscar beneficios propios –es sabido que cotidianamente se realizan actos de clientelismo política en todos los estratos sociales–, pero no por eso debemos dejar de mirar el costado más oscuro, que no son los cortes de ruta ni los reclamos con intenciones políticas, sino el hambre de miles de excluidos que se reúnen con la esperanza de lograr 250 pesos mensuales.


El problema no es el método del reclamo, sino el porqué del mismo. Tenemos que limar nuestra capacidad de interpretación y no ver sólo aquello que nos muestran, sino un poco más allá. Ese sería un buen comienzo.

César Fiscina