Nacido en Buenos Aires el 10 de agosto de 1880 fue a través de los Evangelios que le leía su madre en donde escucho por primera vez palabras como igualdad, justicia, oprimidos y liberación. Consolidó sus ideas en su época de estudiante de derecho, donde decidió que su título estaría al servicio de los nadies, los humillados y desprotegidos de la sociedad colocando en la puerta de su casa una famosa placa: “Dr. Alfredo Palacios, Abogado. Atiende gratis a los pobres”.
Su incorporación en el naciente Partido Socialista logró que llevara por primera vez sus ideas a un Parlamento del continente. Desde la soledad de su banca presentó decenas de proyectos en defensa de los trabajadores y los derechos de las mujeres y los niños, y en entre otras cosas, en 1907 logró aprobar la Ley de descanso dominical.
Fue uno de los más notables impulsores de la Reforma Universitaria y de la defensa de la autodeterminación de los pueblos latinoamericanos. Participó activamente de la llamada Revolución Libertadora de la que fue embajador en Uruguay, pero se opuso públicamente a los fusilamientos ordenados por Aramburu y Rojas, y a pesar de su férrea lucha contra el peronismo, como abogado defendió a presos políticos como Miguel Unamuno.
Por otro lado, apoyó la Revolución Cubana y el 5 de febrero de 1961 fue electo senador por la capital por el Partido Socialista Argentino. Su primer acto como tal fue visitar a los presos políticos y gremiales y el 20 de mayo de 1961, revólver en mano, secuestró una picana eléctrica usada por la policía de San Martín.
En abril de 63, fue elegido diputado nacional por el PSA. Y se dirigió al presidente Illia pidiéndole que en la reunión de cancilleres de la OEA la Argentina no vote sanciones contra Cuba, defendiendo el principio de autodeterminación de los pueblos y la no intervención.